ni me anuncia que la vida se renueva,
ni que tendré amores, ni esperanzas, pues en ella…
comienza nuestro holocausto en las arenas.
Cuando duerme la noche, me auguran las estrellas
que pronto no volveré, ya, a oler la hierbabuena,
pues seré encerrado, entre maderos y piedras,
hasta que suene el clarín, el de la Plaza Nueva.
Sólo para mí, el campo no es alegre promesa.
Sólo para mí, sus flores no son radiante verbena,
pues los trucados arpones en mi carne harán presa
y los hierros irán desgarrando mi piel de seda.
Mientras los hombres, mis hermanos, apagarán sus querellas
aplaudiendo mis despojos y celebrando una extraña fiesta
en la que mi sangre debe lavar las huellas
de los demonios que dominan sus vidas internas.
Sólo para mí, dicen, la gloria está en la muerte cruenta.
Sólo para mí, dicen, la tortura es noble y buena.
Sólo sufriendo yo, dicen, son alegres las fiestas.
Sólo mi cuerpo acribillado, dicen, representa a la España eterna.
(Enrique Núñez)
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